Adiós a la formalidad, ¡bienvenidas las chingaderas!
Por: Eduardo Serrano
De un tiempo a la fecha, una buena parte de los que se desempeñan en el Ambiente Político, han dejado de lado el lenguaje formal, para dar paso a uno, digamos, más “florido”. No es que nos espantemos, ¡para nada!, esto es parte del acervo de nuestro pueblo, que en sus diferentes estados de ánimo, se expresa de esta manera. Los mexicanos manifestamos nuestra felicidad sintiéndonos “a toda madre”, o damos a notar una terrible tristeza, señalando que estamos que “nos carga la chingada”. Como podemos ver, no es extraño, ni es un lenguaje para rasgarnos las vestiduras. Sin embargo, utilizar estos términos a falta de argumentos para debatir en la máxima tribuna, eso, disculpe usted, ¡son chingaderas!
Algunos legisladores ya le agarraron gusto a estarse mentando la madre. Se puede entender que al calor de las discusiones, les hierve la sangre y andan todos encabronados; ¡claro!, no es fácil enfrentar los problemas del país, y menos, cuando hay personajes que nomás están viendo como chingar. Pero, utilizar el insulto de manera reiterada, coloca muy bajo el nivel del debate. Habrá quienes estén a favor de está forma de discutir; puede ser que haya quienes estén en contra, y seguramente hay a quienes les valga madre, solo que, parece que decir chingaderas, se está normalizando. Por ejemplo, que la senadora Lilly Téllez le haya dicho “imbécil” a Noroña, puede entenderse que en términos de equidad, le permite al morenista dirigirse a ella con calificativos similares, y eso, ya no sería un acto violento, porque, ¡el que se lleva, se aguanta!, ¡cómo chingao´s que no!
Por el contrario, hay quienes suben a tribuna y presentan su posicionamiento con argumentos, con datos y elementos que denotan conocimiento en la materia; se manifiestan abiertos a debatir y defender con firmeza y por supuesto, si es necesario hacer uso de una que otra chingadera, ¡pues la usan!, pero no convierten su discurso en un dictado de pendejadas habituales, que traen vuelto loco al pobre traductor de lenguaje de señas. Desde luego, hay políticos a quienes es más común escucharlos decir chingaderas, y hay otros a quienes la verdad, ni les queda, es más, ¡hasta se ven mal¡, porque luego sacan términos ofensivos nomás por mamilas; por ejemplo, ahí está nuevamente Lilly Téllez, diciéndole bellaco a Noroña.
La formalidad está perdiendo terreno frente a las chingaderas. La ira y la impotencia frente a las injusticias o los desacuerdos entre un bando y el otro, refresca el glosario de emociones hasta en los más puritanos. No se trata de censurar a algún diputado o senador poniéndole un pitido cada vez que diga una chingadera; ni tampoco señalarles ese lenguaje florido nomás porque sí. La intención es cuestionarles si ese recurso, lo utilizan solo porque no cuentan con argumentos o carecen de conocimientos en la materia que, según el caso, se discute. No vaya a ser que tarde o temprano, contraten a Alfredo Adame para que les imparta el curso: “Las mil y una formas de que te rayen la madre y te sientas contento”, por favor, ¡no la chinguen!
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