Durango y la ganadería del futuro: política, acuerdos y realidades.
Por: Alejandro Flores de la Parra.
La visita de la presidenta Claudia Sheinbaum a Durango el pasado fin de semana no fue un simple acto de cortesía en la gira nacional de su primer año de gobierno. El encuentro con el gobernador Esteban Villegas Villarreal dejó en la mesa un acuerdo que, en tiempos de incertidumbre comercial, puede leerse como un blindaje político y económico: una inversión de 700 millones de pesos para fortalecer la producción ganadera y modernizar el Centro Integral de Ganadería en Ciudad Pecuaria.
No es poca cosa. En un país donde muchas veces los proyectos federales se quedan en anuncios de rueda de prensa, este plan aparece con metas claras, respaldo presupuestal y acompañamiento institucional. Esteban lo resumió en una frase contundente:
“Será el mejor Centro Integral de Ganadería del país, con capacidad para vender carne en pie y en corte, y se estima una inversión de 160 millones de pesos solo en esta primera vertiente”.
La afirmación tiene un claro matiz político —el gobernador obtiene visibilidad nacional— pero también un respaldo técnico: Durango es, después de Chihuahua, uno de los principales productores de carne en pie en el norte del país. De acuerdo con datos del INEGI y la Unión Ganadera Regional de Durango, el estado concentra más de 1.8 millones de cabezas de ganado bovino, lo que lo coloca en el top 5 nacional. Traducido a pesos y centavos, la ganadería aporta alrededor del 30% del PIB agropecuario estatal, con una cadena de valor que va desde los pequeños productores hasta las empacadoras de exportación.
Modernización con pies de tierra y techos solares.
El proyecto anunciado contempla modernizar instalaciones, colocar paneles solares, construir redes de frío, ampliar almacenes y corrales. En otras palabras: pasar de una Ciudad Pecuaria con olor a feria ganadera de los 80 a un modelo que aspire a estándares internacionales. Aquí hay un dato clave: según la SADER, más del 40% del ganado exportado enfrenta rechazos o limitaciones en mercados exigentes debido a problemas de trazabilidad y condiciones sanitarias. Con un centro integral, el control de calidad se vuelve más riguroso, y lo que antes era un “ganado con acta de nacimiento dudosa” puede transformarse en carne con código de barras y certificación para exportación.
El plan, además, se construye en coordinación con la Unión Ganadera y con el respaldo de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural. No es un dato menor: históricamente, los programas del campo suelen dividirse entre los intereses de los gobiernos estatales y los sindicatos ganaderos. Aquí, al menos en papel, parece haber alineación de incentivos.
Un ejemplo concreto es el fortalecimiento genético con la aportación de sementales de hasta 70 mil pesos. El modelo de apoyo compartido está diseñado casi como un plan de pagos a meses sin intereses: 25% lo pone el Estado, 25% la Federación y 50% los productores. Para que la fórmula no quede en discurso, se establecieron créditos con subsidios que reducen las tasas al 8.5% anual, tanto para compra de sementales como para engorda. En un país donde las tasas agrícolas suelen rebasar el 20%, este esquema es casi un oasis crediticio.
El contraste con Estados Unidos.
El anuncio se da en un contexto complicado: apenas semanas atrás, el gobierno de Estados Unidos decidió frenar la importación de ganado mexicano por la alerta sanitaria del gusano barrenador. El golpe fue inmediato: Durango exporta cada año más de 250 mil becerros en pie hacia Texas y Nuevo México. El cierre temporal implica no solo pérdidas directas para los productores, sino un recordatorio incómodo: la ganadería mexicana depende en buena medida de las decisiones regulatorias de Washington.
La inversión en el Centro Integral de Ganadería busca, precisamente, contrarrestar ese riesgo. Si Durango logra elevar sus estándares sanitarios y de trazabilidad, tendrá mayores posibilidades de colocar carne procesada en mercados internacionales, en lugar de seguir exportando becerros baratos y comprando hamburguesas caras. O, dicho en términos coloquiales: dejar de ser el proveedor de ganado “low cost” de los vecinos del norte y empezar a vender cortes premium con valor agregado.
La política detrás de los corrales.
En clave política, el acuerdo fortalece la relación de Esteban con la Federación. La presidenta Sheinbaum no viajó a Durango solo a cortar listones: el mensaje es claro, el proyecto ganadero se convierte en una apuesta compartida. Y aquí conviene recordar que el gobernador, priista en coalición con el PAN y el PRD, ha tenido que navegar en aguas controladas por un oficialismo que no siempre es amable con gobiernos de oposición.
Más allá del discurso.
El gran reto de este proyecto es que el campo mexicano tiene larga memoria de elefantes blancos: centros de acopio abandonados, frigoríficos convertidos en bodegas de polvo y créditos que nunca llegaron a los pequeños productores. Si se cumple lo anunciado, Durango podría colocarse como referente nacional en la industria cárnica.
Por lo pronto, la apuesta está sobre la mesa: un programa integral con financiamiento, respaldo institucional y coordinación entre niveles de gobierno. En un contexto internacional adverso, Durango decidió poner carne en el asador —literalmente— para fortalecer su economía ganadera. El tiempo, y la disciplina en la ejecución, darán nota de su efectividad.
Mientras tanto, los productores duranguenses seguramente estarán más pendientes de los corrales que de las encuestas. Porque en el campo, a diferencia de la política, los números no se maquillan: un becerro pesa lo que pesa, y un crédito se paga con intereses, no con discursos. Aunque al final, en política, todo suma.
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