POR: LILY ORTIZ
El ring legislativo; con todo y jalón de cabello y empujones.
Dicen que la política es el arte de la palabra, del argumento y del acuerdo; pero en el Congreso de la Ciudad de México, por un momento, alguien pareció confundir el pleno con un cuadrilátero. Diputadas y diputados de Morena y del PAN decidieron que el intercambio de ideas ya no era suficiente y optaron por el lenguaje universal del empujón, el manotazo y la descalificación física; como si eso fuera muy útil para la vida democrática del país.
El espectáculo no sólo fue lamentable; fue profundamente revelador, y es que mientras la ciudadanía espera debates de altura, soluciones a problemas reales y avances legislativos concretos, sus representantes protagonizan escenas que poco tienen que envidiarle a una pelea de patio escolar. El trabajo legislativo ese que debería ocupar el centro de la discusión terminó relegado al segundo, tercer o último plano, aplastado por la estridencia del escándalo.
Lo peor es que no se trata de un hecho aislado; no es la primera vez que un congreso local, ni siquiera el Senado de la República, se convierte en escenario de empujones, gritos y desplantes que rozan en la burla. La diferencia es que ahora ya ni siquiera sorprende; indigna, sí, pero ya no asombra; y esa normalización del desorden es quizá el mayor problema.
Algunos dirán, con una sonrisa cínica, que no existe una ley que prohíba explícitamente “agarrarse a golpes” en el pleno. Es cierto: ningún reglamento dice textualmente “queda prohibido pelearse”. Pero también es cierto que las leyes orgánicas y los códigos de conducta parlamentaria hablan con claridad de respeto, ética, responsabilidad y decoro en el ejercicio de la función pública. La investidura no es un accesorio que se pone y se quita según el humor del día; es una obligación permanente; obligación que al parecer a muchos se les ha olvidado.
Cuando estos principios se ignoran, no sólo se desacredita a quienes protagonizan el altercado, sino al Poder Legislativo en su conjunto, cada empujón erosiona la confianza ciudadana, cada grito sustituye al argumento y cada golpe refuerza la percepción de que la política es un espectáculo vacío, lejos de la gente y de sus necesidades.
Desde luego, estas conductas deberían tener consecuencias; llamados al orden, sanciones administrativas, incluso responsabilidades políticas más severas, no como venganza, sino como un mensaje claro: en ningún Congreso del Estado, en el Congreso de la Unión ni en el Senado de la República, este tipo de acciones deben suceder ni repetirse.
Lamentablemente los mexicanos ya estamos tan decepcionados del desempeño de algunas y algunos legisladores que hasta hemos perdido la capacidad de asombro, más allá de exigir resultados y trabajo; nos reímos y burlamos de algo que es reprobable.
HABLEMOS DE…
POR: LILY ORTIZ Legislar con cabeza fríaEsta semana concluyó el Primer Periodo Ordinario del Congreso del Estado, un momento...