FRASES CELEBRES Y OTRAS HIERBAS
Margarito Alvarado Martínez
Columna I
Del compadre pobre no había vuelto a saber de él durante mucho tiempo después de aquel desguisado; hasta que en una ocasión lo encontró fuera de un templo. EL mendigo le tendió la mano suplicándole:
-¡Una caridad por el amor de Dios!
Había pasado mucho tiempo y tardó en reconocerlo. Una mezcla de pensamientos y sentimientos encontrados lo invadieron al verlo en aquel lamentable estado ejerciendo la mendicidad. Más que humano parecía espanta pájaros. Medio turbado, pues no sabía que pidiera limosna, sólo acertó a preguntar:
-¡¿Es usted, compadre?!
El mendigo al oír la pregunta se quedó mirándolo a los ojos, desconcertado. Al también reconocerlo, agachó la cabeza, dio media vuelta y empezó alejarse.
El rico lo alcanzó, lo tomó de un brazo e hizo otra pregunta:
-¿Pues qué tiznados anda haciendo compadre, que no le de vergüenza?
-¡Párele! Si me va a sermonear es mejor que me suelte. –Retobó el limosnero.
Ni lo sermoneó ni lo soltó. Siguieron caminando y platicando: ¿de qué? ¡Sepa la bola!
Lo que si supo, fue que el compadre rico, tal vez recordando el compromiso sacramental, por bondad y sabiendo que el compadre nunca trabajaría ni por la salvación de su alma, le prestó una casita de adobe en las afueras del pueblo, le dio algo de ropa y ofreció darle un peso diario, que en aquel tiempo era suficiente para que una persona comiera frugalmente. Todo esto, con la única e irrevocable condición de que jamás volviera a pedir limosna.
Desde luego que el mendicante acepto el trato bajo palabra de honor; que al cabo que ni sabía que era eso.
Todos los días; excepto los domingos, -iba a la casa del compadre a medio día o por la tarde por su peso. Sino estaba el compadre se lo dejaba con la comadre. Iba a esas horas porque jamás se levantaba antes meridiano.
En alguna ocasión alguien preguntó al pobre que por donde salía el sol.
Contesto señalando hacia el cenit y hacia el oeste.
-¡Sabe! Yo lo veo que se va de allí pa allá.
La esposa del rico le sugirió que le diera la ayuda por semana para evitar la diaria molestia; pero el marido se la razonó.
-¡Hombre! ¡Déjalo que siquiera tenga el trabajo de venir diario!
Y un día sucedió. El compadre lo sorprendió pidiendo limosna y enojado le reclamo no haber cumplido un pacto.
Aquel se defendió diciendo que era por su mala suerte porque era la primera vez que lo hacía después del trato. Que era algo así como un arco reflejo por la aún no desarraigada costumbre de tanto tiempo estirar la mano. Juró y perjuró que no lo volvería hacer y el compadre se la pasó; por primera y última vez.
Pasó un buen tiempo y lo volvieron a ver de pediche. Esta vez fue la comadre.
El compadre se hizo como que no la vio y siguió con el brazo derecho extendido con la palma de la mano y la mirada hacia arriba, haciéndose el chistoso como para ver si estaba lloviznando.
Cuando la señora llego a la casa, -¡cuando diablos se iba a callar! –le contó a su marido las gracias del compadre. Éste externó un resignado, lo sabía; y tomó la decisión de retirarle el subsidio; pero sin enfrentarlo para no sentirse mal.