Hoy es el Día del Médico; anoche platicaba con dos de ellos, amigos entrañables ambos, capaces y dedicados al cien por ciento a su profesión. Coincidentes prácticamente en todo lo que se refiere al tema de la pandemia. Tristes, enojados por momentos, desesperados, cansados…
Un día que los atrapa en medio de una desgastante como trágica enfermedad virulenta que no respeta nada ni a nadie. Lo más peligroso es que nosotros no la respetamos a ella. Sí, la ausencia de credibilidad en su existencia, aunada a las frágiles medidas oficiales para su combate, han traído el escenario que no deseaba nadie, menos ellos.
Se venía venir, pero nadie se atrevió a levantar la voz y menos a endurecer una política preventiva que inhibiera, al menos que matizara, el escenario que hoy padecemos. Mis amigos médicos sufren la muerte de sus colegas atacados y vencidos por el COVID-19; se solidarizan con aquellos y aquellas que han sido víctimas de agresiones de ignorantes e hipócritas; porque mientras rechazan la vecindad urbana de algún miembro del personal de salud, festinan cotidianamente en antros, bares y fiestas.
Ellos, todos, los que diariamente dan la cara por nosotros en los hospitales, no han sido ponderados en la tarea heroica que realizan. Sí en el discurso, no en los hechos.
Aquí, en nuestro estado, en la ciudad de Durango, la “nueva normalidad” primero y el semáforo amarillo después, dispararon el comportamiento de la pandemia y con ello, la catástrofe asomó a las puertas de la endeble infraestructura hospitalaria que hoy está rebasada.
Tuvimos la enorme capacidad de conmovernos ante las imágenes que nos llegaban allá por principios de año desde Europa: rezamos, lloramos, hicimos cadenas de oración por nuestros hermanos en el mundo pero aquí, en casa, no fuimos capaces de mantener ni un breve confinamiento. ¡Vaya incongruencia!
Se agradecen, porque es de corazón, los buenos deseos que a diario nos enviamos por redes sociales. Oramos y le pedimos ayuda al Creador pero, y a ÉL, ¿quién le ayuda? ¿Nosotros? Impensable. Estamos atenidos, la mayoría, a la protección divina que complicamos con nuestra irresponsabilidad e inconciencia.
Sirvan estas líneas como sencillo homenaje a ese gran gremio, a ese majestuoso grupo de seres humanos que por cuidarnos están dejando de cuidar a su entorno más cercano; al que tanto como ellos, está más cercana del riesgo, de la muerte, esa que el resto no vemos y por tanto, no creemos. ¡Nada que festejar!