FRASES CELEBRES Y OTRAS HIERBAS
Margarito Alvarado Martínez
Columna II
Al día siguiente, esta vez por la mañana, llegó el compadre y tocó a la puerta. La comadre lo vio por una ventana y comentó al marido la extrañeza que le causaba verlo levantado tan temprano.
El esposo sonrió y dijo que lo dejaran tocar hasta que se aburriera o se le quebraran los nudillos; pero el compadre ni se aburrió ni se quebró los nudillos; siguió tocando más y más fuerte… con una piedra.
-¡Chin! Es capaz de tumbar la puerta. –escupió desesperado el rico. Luego dijo a la señora:
-¡Ábrele, pero no lo dejes entrar que estoy echando chispas! Dile que estoy enfermo, que venga mañana.
La señora fue y abrió y el compadre reclamó molesto:
-¡¿Qué pasa comadre?! ¿Están sordos o por que no abrían?
-¡Porque a su compadre le dio neumonía y le estaba poniendo unas ventosas y usted de impertinente con sus toquidotes! –contestó enfadada la comadre.
-¡A qué carajo, disculpe comadre! ¿Puedo pasar a verlo?
-¡No! No quiero que lo moleste. ¿Qué se le ofrece?
El pobre hizo un gesto de contradicción y preguntó -¿No me dejó mí peso?
-¡No! Venga mañana a ver si para entonces ya mejoró, porque quiere hablar seriamente con usted.
Antes de que le dieran con la puerta en la nariz, el compadre advirtió:
-Nomás que pa’ mañana van a ser dos pesos.
Cuando la señora regresó al lado de su esposo, le preguntó.
-¿Oíste lo que dijo?
-Sí, ¡Chinche compadre rajón! Metidota de pata que fui a dar al hacer ese pacto con él ya conociéndolo. Por eso dicen que bondadoso y zendejo se parecen tanto que se confunden.
-Le supo a bueno y no te lo vas a quitar de encima hasta que se muera… ¡O te mueras tú! –sentenció la esposa.
-Pues me muero primero yo ¿cómo la ves?. Mañana cuando venga a tiznar le dices que me morí y pasado mañana le pintamos a ver a donde.
Los esposos se pusieron de acuerdo y armaron un teatro para engañar al compadre.
Al día siguiente el compadre llegó al medio día. La comadre vestida de negro y sollozando abrió la puerta.
-¿Qué pasa comadre, la madreó mi compadre? –preguntó sarcástico el flojonazo.
Y la comadre se aventó una actuación digna de una nominación para “El Oscar”.
-¡Ay compadre, se nos fue! ¡Se murió su compadre!
A punto de sufrir un ataque de histeria, se estiró los cabellos y con voz soprano se aventó un desgarrador aullido: ¡Nooooo! Lo que hizo que al compadre casi le diera un infarto.
Cuando se le paso el susto al compadre, incrédulo y perplejo, preguntó: -¿No me dejo mi peso?
-¡Como será usted baboso e insensible, compadre! Yo con mi dolor y usted nomás piensa en su chinche peso. No, no le dejo nada. ¿Qué no entiende que se murió todito?
-¡No, pos sí! ¿Dónde tiene el cadáver? –pregunto compungido.
-Allí en su cuarto, tendido en su catre de latón.
-¿Puedo pasar a verlo?
– Sí, pásele.
¡Híjole! La escenografía era como de un guion cinematográfico. “El cadáver” yacía boca arriba con los brazos cruzados en el pecho, amortajado con una sábana amarilla de donde salía la punta de los pies con los calcetines negros. Tenía la mandíbula inferior amarrada a la coronilla con un paliacate rojo como para que no fuera a tragar moscas. Maquillado como por profesionales daba la impresión de tener ya tres días de muerto. En cada esquina del catre había un cirio encendido de donde emanaba el olor característico de los velatorios. En la cabecera un gran crucifijo como de 1.60m de tamaño, tallado de forma grotesca que parecía fue hecho por un artesano sacrílego, por la expresión de ira y el estrabismo en los ojos del nazareno y por la separación de las piernas entre rodilla y rodilla. A los pies de la cama, en el suelo, una cruz de cal del tamaño del muerto con un adobe en la intersección con un vaso de agua en el centro.
El compadre se paró en seco al llegar a la puerta del velatorio. Por mera casualidad en ese momento una corriente de aire abrió una ventana de madera produciendo un lúgubre chirrido.
Para el compadre fue tal la impresión que le causó el ruido y la escena que se le doblaron las corvas. Tartamudeando preguntó que si ya había comprado el cajón y la señora le informó que había sido voluntad del difunto que lo enterraban sólo amortajado.
En seguida preguntó que cuando era el sepelio y la comadre aprovecho la pregunta y le tiro la indirecta.
-Cuando haya una alma de dios que me haga el favor. Yo sola no puedo y ni modo de recurrir a los vecino, ya sabe usted que nadie lo quería.