FRASES CELEBRES Y OTRAS HIERBAS
Margarito Alvarado Martínez
Columna I
TODO POR UN “CHINCHE” PESO.
Aunque no recuerdo ni donde ni de quien o quienes escuché esta historia que enseguida cuento, de lo que estoy seguro es que no es de alguna cursi e ingenua película mexicana; y menos de alguna babosa, patética y ridícula telenovela.
El caso es que eran dos compadres: uno rico y otro pobre.
Resulta que el compadre pobre se la pasaba mendigando, no porque fuera un anciano ni mucho menos, si acaso unos treinta y tantos años; ni porque tuviera una discapacidad física o mental, sino por ser un perezoso marca registrada.
Detestaba tanto el trabajo que en su filosofía estaba aquello que: si por una tortilla dura tengo que sobarme el lomo, tátatata el trabajo mejor no como.
Huérfano de padre y madre alguna vez fue casado o arrejuntado y tuvo un hijo –ahijado del compadre rico- solo que la relación duró poco más de dos años; se dio la inminente separación cuando la compañera harta de trabajar para mantenerse y mantenerlos, le puso un ultimátum: -¡O trabajas o me largo y me llevo al niño!
Y si… Se largó.
El incidente trajo también como consecuencia el rompimiento del compadrazgo entre el pobre y el rico. El compadre rico para evitar la separación, pues estimaban al ahijado, cometió el gravísimo error de ofrecerle trabajo; casi una sinecura… ¡Vade retro Satanás! Nunca lo hubiera hecho.
Para el pobre, viniendo de quien vino la oferta fue el peor insulto que le hubieran hecho en su vida; peor que si le hubieran recordado a la mamá. Reacciono como energúmeno diciéndole todo tipo de improperios al compadre. Le dijo hasta de lo que se iba a morir, nomás faltó que lo excomulgara; y estuvo a punto de vaciarle toda la carga de la pistola, lo que salvó al rico fue que el mendigo nunca tuvo una pistola (así me lo contaron).
La gente del pueblo toleraba y ayudaba al pordiosero, porque a pesar de su inopia no tenía vicios, era muy respetuoso con el prójimo y honrado. Jamás robaba.
…¡Bueno! Lo hizo en una ocasión en que no encontró al dueño de una milpa para pedirle un par de elotes para asarlos; en ausencia del dueño, viendo la facilidad y razonando aquello de que: el hambre es cabra grande y el que la aguante es más, cortó cinco elotes de los más grandes. Lo malo fue que en el momento que iba a retirarse con la preciada carga, llego el dueño y, como dijo Tanilo: ¡Pá su hinga!
El dueño le puso dos opciones para reparar el daño. Una: desyerbar un surco de fríjol por cada elote. La otra: un varazo en las sentaderas con una vara de membrillo a pantalón y calzón bajado, en la misma proporción.
¡Nombre! Prefirió los varazos, lo cual lo tuvo por espacio de dos semanas sin poder sentarse y durmiendo boca abajo y de costado.
El compadre rico debía su fortuna a una pequeña herencia que le dejaron sus padres al morir, la cual supo administrar y acrecentar trabajando como camello, como burro o como emigrado.
Tenía esposa pero no tenía hijos y al igual que el compadre pobre, no tenía parientes.
Por alguna o algunas razones no era estimado por sus vecinos. Lo acusaban de mendigote, creído y huraño. No era así; más bien era por envidia.